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Échese usted en posición de decúbito supino y, mediante cortos pero vigorosos movimientos pélvicos, remueva la arena que hay bajo la toalla hasta esculpir un molde de sus lumbares, de tal forma que, una vez encofrado el cuerpo, pueda relajar todos y cada uno de sus más de 600 músculos. Previamente habrá colocado la mochila llena de ropa bajo su cabeza, que de esta manera quedará ligeramente elevada y así, tras mover los pies unos quince grados hacia cada lado, tendrá ante sus ojos una panorámica del horizonte, si es que le apetece mirarlo un rato antes de proceder a ejecutar este ejercicio. Una vez haya confirmado que la postura adoptada es la más favorable para no hacer nada, no haga nada de nada. Sienta únicamente el peso de sus brazos y piernas, que se negarán a responder a las órdenes de su cerebro. Cierre los ojos y no piense. No se duerma, no hemos venido aquí a dormir, al menos no todavía. Trate de filtrar lo que le llega a través de sus sentidos para dejar que el reguetón, los gritos y la peste pringosa de la crema solar sobrevuelen su alma como efímeras sombras, y quédese solo con el olor del mar y el calor del sol en sus párpados, con la fresca y húmeda textura de la brisa en la piel, hasta sentir que, siquiera por un ratico, ha sido plena y conscientemente feliz.
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