Parecer (ser) serios - Columna de Juan Esteban Constaín - Columnistas - Opinión - ELTIEMPO.COM

2022-07-30 01:59:47 By : Ms. Jasmine Liang

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Concebimos el formalismo e hiperlegalismo como una exhibición de cordura cuando es lo contrario.

Uno de los rasgos esenciales de la sociedad hispanoamericana, desde la Conquista, fue el del fingimiento y la simulación: la celebración protocolaria de un mundo de papel que nada tenía que ver con la vida, “los días que uno tras otro son la vida…”. La ‘invención de América’, como la llamó Edmundo O’Gorman, implicaba esa contraposición de relatos: el de las leyes y las instituciones, por un lado, y el de una realidad desatada y caótica, por el otro. (También le puede interesar: El libro del encanto)

El problema era ese: que América era una construcción literaria y jurídica concebida y reglamentada, hasta el último pliegue, con minucia y detalle, desde la Metrópoli, pero su naturaleza era un torrente geográfico y humano que desbordó todos los cauces y todos los moldes que se le quisieron imponer. Había dos realidades simultáneas y enemigas: la del papel, solemne y engañosa; la de la calle, ingobernable y abrasadora. Por eso los rituales del poder en el mundo colonial resultaban tantas veces tan vacíos, porque eran eso (lo cual no es poco, además): una fórmula, un símbolo, una manera de congraciarse con esa versión de la realidad que estaba solo en las leyes. Mientras tanto, la vida iba por otros rumbos: la vida tenía otros resortes y otros métodos que hacían que todo se desdoblara entre su enunciación formal y su verdad más íntima. Se obedece pero no se cumple, así era.

El festín autoritario y delirante que impuso la pandemia, quizás de forma inevitable, también ha dejado un legado de restricciones absurdas que aquí se mantienen.

Y la república, en muchos sentidos, fue la prolongación de ese vicio: la república fue también una sucesión de ritos vacíos contradichos por la realidad. El caso colombiano, para no ir tan lejos, es muy elocuente, pues esa ha sido una de nuestras tradiciones políticas más largas, la del formalismo como un sucedáneo de las soluciones a nuestros problemas y la del hiperlegalismo como una exhibición de cordura cuando es todo lo contrario. Piensen ustedes, por ejemplo, en los retenes policiales, de los cuales este país está inundado sin ningún sentido ni propósito más allá del de la ficción de la autoridad: la idea institucional y falsa de que así es como las cosas funcionan bien, carajo, así es como el orden se impone en la República. Los retenes son la versión oficial de otra práctica muy colombiana que sí es muy útil y necesaria, carajo, la de mostrarle el recibo al ‘guarda’ a la salida del supermercado. Y como muchos lo vaticinaron desde el principio, el festín autoritario y delirante que impuso la pandemia, quizás de forma inevitable, también ha dejado un legado de restricciones absurdas que aquí se mantienen solo por conservar una idea del rigor y de la seriedad que es más bien la demostración patética de que carecemos por completo, y para siempre, de ambas cosas. Nuestro simulacro de la seriedad, mejor dicho, es peor que nuestra falta de seriedad. Igual no importa, lo importante es lo que parece. Como en el aeropuerto El Dorado, para señalar un ejemplo ridículo, donde hace unas semanas estuve recogiendo a un amigo. Quise entrar a esperarlo a que saliera, lo normal. Habrá quien se burle de esa costumbre, habrá quien prefiera quedarse en el carro o no ir jamás a recibir a nadie. Es lo de menos. En mi caso, un severísimo e implacable funcionario, un catón romano, me dijo que no podía entrar. Así como suena: a estas alturas de la vida, y en nombre de la pandemia, en el aeropuerto de Bogotá no se puede entrar a esperar a un pasajero y hay que hacerlo desde un andén, en la calle, en medio de una apretujada multitud que por supuesto incluye covid, mariachis, perritos, flores, niños, ancianos y bombas de corazón. Eso mismo podría estar adentro, donde estuvo siempre, pero ya no. ¿Por qué? Las razones son inescrutables, las de una gente muy seria. O eso queremos parecer y demostrar siempre, de eso se trata. Por eso jamás lo seremos de verdad.

JUAN ESTEBAN CONSTAÍNwww.juanestebanconstain.com

(Lea todas las columnas de Juan Esteban Constaín en EL TIEMPO, aquí)

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