David Caruso y Dennis Franz antes de que el primero abandonara 'Policías de Nueva York'.
Hay series que son relojes de arena atascados o espartanos en las Termópilas: el tiempo deja de fluir; nada puede atravesarlas.
Son unas pocas elegidas. Bichos raros que eran la bola de heno rodando en un western, mucho antes de que HBO rompiera el techo de cristal. Cuando todas las apuestas se jugaban en las grandes cadenas generalistas estadounidenses. El microclima que se gestó allí es la madre de gran parte de la televisión actual. Aunque a algunos les coste recordarlo porque están demasiado ocupados viendo obras maestras imaginarias.
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Policías de Nueva York es uno de esos shows. Un producto de hormigón armado. Construido desde la ambición y ejecutado con tiralíneas, que ha aterrizado ahora en el catálogo de Disney + y que sigue siendo esa serie que reformuló el género policiaco-catódico desde la raíz. Empezando por su cámara nerviosa, un montaje eléctrico y un reparto más potente que el huracán Katrina.
Cuando uno se sube a Policías de Nueva York, se siente como en una de esas montañas rusas donde las piruetas más salvajes llegan de forma inesperada. No hay manera de bajarse, no hay pausas. Solo un viaje brutal a través de una comisaría que parece tan de verdad que hasta se puede oler el serrín, el plástico barato de las mesas y el sudor de sus habitantes.
En ‘Policías de Nueva York’ están todos los códigos que han programado el género desde mediados de los 90 hasta el momento en que alguien lea estas líneas.
La serie arrancó en 1993 y enseguida se convirtió en una suerte de speed audiovisual, droga dura para amantes de las sagas con pedigrí. La firmaban Steven Bochco y David Milch, con tantos ases en sus respectivas barajas que es inútil intentar usar esta pieza para repasar sus currículums: solo hay que poner sus nombres en Google y tener a mano unas gafas de sol.
Ambos son responsables de reinventar una y otra vez el culebrón occidental. Dándole varias capas de grasa, sangre y acero. Atreviéndose con cualquier cosa: el racismo, la homofobia, las adicciones, la corrupción, el abuso policial o el clasismo. El veneno que lo corroe todo desde la base hasta la cúpula, en todas sus fórmulas, colores y combinaciones.
Dennis Franz encajaba con cualquier compañero/a de reparto.
El tópico rezaría que ya no se hacen series así porque lo cierto es que ya no se hacen series así: ahora, todo cuelga del Big Data, de los targets focalizados, del mantra del show customizado y el marketing segmentado. Hay tantas casillas que chequear y tantos condicionantes previos, que las modernas plataformas de streaming parecen catálogos del Ikea, con algo para todo el mundo. Es una enorme paradoja, pero había más barullo, lío y ganas de remover la basura en Policías de Nueva York que en cualquier producto generalista moderno y en gran parte de lo que se gesta para consumo masivo. Por cada Euphoria, Las Luminarias o Sucession hay veintiséis naderías que buscan sin cesar el trono de lo insustancial.
En Policías de Nueva York están todos los códigos que han programado el género desde mediados de los 90 hasta el momento en que alguien lea estas líneas. Es el número Pi de la poli de ficción: en algún rincón, escondidos entre montañas de números, están The Shield, The Wire, Chicago PD o Blue Bloods. Sigue teniendo la fuerza de un trailer de seis ejes. Y se ve con la misma ansia enfermiza del adicto que necesita su dosis. Algo que resulta llamativo tres décadas después.
Además, ha sido una de las series con mayor versatilidad de reparto que ha visto la caja tonta en toda su historia. Como uno de esos equipos de fútbol que juega de memoria. Sin importar las piezas. Con un banquillo tan sólido como ese primer equipo que nunca deja de rotar, con dos jugadores/as por posición. Con un rendimiento tan bueno que cuesta pensar en un ensamblaje similar en los parámetros de la televisión moderna.
Como ya pasó con ‘Urgencias’, o ‘Canción triste de Hill Street’, el alma de la tele se escribió en largas veladas de parrilla lineal, con la sartén siempre en el fuego y temporadas de cocción lenta
Cinco párrafos y aún no hemos hablado del tipo que mejor ha hecho de policía en la larga historia de los tipos que han hecho de policía: Dennis Franz. Con ese bigote, la sempiterna cara de mala hostia, sus trazas de racismo, la propensión a la violencia, el alcoholismo y la tremenda fragilidad que parece contradecirse con todo lo demás, Franz hace del detective Sipowitz una gloriosa epifanía del actor nacido para interpretar a alguien. Podría decirse que él ejemplifica toda la excelencia de una serie que descansa sobre los hombres de sus actores y actrices. Que lo fía todo a su inmenso talento y a un guion de piedra picada.
La primera plantilla con la que contó ‘Policías de Nueva York’.
Por supuesto, hay algunas cosas en el show que se han oxidado de un modo bastante obvio. Pero a los treinta años de edad se le perdonan a uno muchos pecados. De la misma manera que a los veinte se le urge a cometerlos. Tres décadas después, la obra de Milch y Bochco sigue siendo una demostración de lo poderosa que puede ser la ficción cuando se escribe sin miedo, sin manías y sin leer lo que dicen de ti en twitter.
Las cosas no funcionan del mismo modo, pero lo mejor de Policías de Nueva York es que podamos seguir hablando de Policías de Nueva York. Lo que nos lleva a la paradoja final: hemos podido recuperar una serie clásica, ya perdida en los vericuetos del sistema, gracias a una plataforma de streaming (repetimos, Disney +). No deja de ser curioso que, en un mundo lleno de novedades, acabemos agarrados a la nostalgia y recordando que no es solo eso: que lo que en su momento te pareció el vellocino de oro, era en realidad el vellocino de oro.
Como ya pasó con Urgencias, o Canción triste de Hill Street, el alma de la tele se escribió en largas veladas de parrilla lineal. Con la sartén siempre en el fuego y temporadas de cocción lenta. Fueron además inagotable cantera de varias generaciones de intérpretes, una larga lista de secundarios, principales y estrellas aún por hacer que después lo coparon todo. Son al mismo tiempo herencia y memoria. Martillos pilones que te recuerdan que la edad de oro de la televisión no empezó cuando viste Los Soprano en tu ordenador.
Ahora que recuperen Frasier y ya podremos cerrar.
Escrito por Toni Garcia Ramon en mayo 2022.
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